Se dice mucho entre la gente de ambiente que en una pareja gay uno hace del hombre y el otro de la mujer. ¿Es cierto eso, funciona bien?
Este es un tema del que se escucha en ocasiones. Su origen puede estar en el hecho de que vivimos en una cultura heterosexista, por lo que hemos aprendido que en una relación de pareja alguien tiene que ser “el hombre”, es decir asumir actitudes masculinas, y alguien “la mujer”, asumiendo una posición más tradicionalmente femenina.
En realidad esta distribución de roles o actitudes no beneficia a ningún tipo de relación de pareja, pues en el fondo se haya claramente una relación de poder dañina. Recordemos que nuestras sociedades patriarcales funcionan según el sexismo, es decir, ese defecto socialmente condicionado de creer y actuar en función de la supuesta superioridad de los hombres sobre las mujeres. Por esta razón, a los hombres, como parte de su proceso de tornarse masculinos, se les promueve ejercer un poder entendido como dominación; en donde se busca que logren estar por encima de las demás personas, competir, ser fuertes, racionales, valientes, etc.
En las relaciones de pareja debe ser el líder, quien tome la iniciativa, el que se haga escuchar, pero como decía antes, a través de la sumisión de la otra persona. En este mismo sentido, las mujeres son enseñadas a asumir actitudes tradicionalmente femeninas, que van dirigidas a mostrarse más sumisas, receptivas, dependientes e inclusive frágiles con respecto a la figura del hombre masculino. Este tipo de relaciones de poder al interior de la pareja no son sanas para ninguna de las partes. En el caso de las mujeres, o mejor diríamos para quien asuma una posición más receptiva, significa el tener que ceder en algún sentido, el no poder autoafirmarse totalmente a través del desarrollo de sus capacidades para tomar decisiones, para hacer una vida más independiente y autónoma.
En el caso de los hombres o de quienes asuman una posición dominante, implica algún grado de renuncia a desarrollar aquellas habilidades emocionales que le permitan relacionarse de forma más igualitaria, empática y respetuosa, además de ser más autónomas, de aprender a cuidarse a sí mismas, a desarrollar su propia sensibilidad. En otras palabras, una relación de pareja sana es aquella en la que no se establecen relaciones de poder a través de la imposición, de los tradicionalismos, sino en la que se construye un vínculo a través del diálogo, de la búsqueda de la mayor equidad y respeto posibles. Son relaciones en las que ambas partes tienen la posibilidad de crecer como seres humanos, de descubrir otras facetas y dimensiones de sí mismas y de sus parejas. Esto a su vez, facilita que la comunicación sea más transparente y efectiva, algo que sin duda es un pilar fundamental para este tipo de relaciones.
En pocas palabras, sin importar el tipo de pareja (gay, lésbica, heterosexual) de la que estemos hablando, lo importante es romper con los roles tradicionales patriarcales para descubrir formas más sanas y productiva de relacionarnos.
Publicado en Revista Gente 10