1. Así como yo tengo el derecho a elegir y profesar un credo religioso, y exijo que se me respete, el resto de las personas que conforman la humanidad también lo tienen.
2. Entiendo que la necesidad de percibir mi religión como “la verdadera” entre tantísimas, y de que las demás personas deban asumirla como tal, es una señal de autoritarismo, soberbia y una disminuida empatía; que debo reflexionar sobre el origen de estas actitudes y si me facilitan el camino hacia la espiritualidad.
3. Aunque lo anterior lo justifique en una profunda o intensa sensación o experiencia religiosa, debo considerar que existen otras no menos legítimas y que bien pueden partir de visiones de mundo diferentes a la mía. Entiendo que debo ser humilde, cauto y estar siempre en disposición de aprender de las demás personas.
4. Reconozco que pretender que mi religión sea la del Estado, o que el ordenamiento jurídico de mí país se fundamente en ésta, es un atentado contra la dignidad y los derechos humanos de las personas que profesan otros credos religiosos y otras visiones de mundo.
5. Acepto mi tendencia a que sean otras personas las que me ofrezcan verdades acabadas para mis grandes interrogantes existenciales y recetas universales sobre cómo debo vivir mi vida. Pero también asumo mi inmensa capacidad para aprender por mi cuenta, explorar las dimensiones de mi propia humanidad, sacar mis propias conclusiones y vislumbrar el camino que me hará avanzar en mi búsqueda espiritual.
6. Comprendo que mi libro sagrado de referencia es también un libro histórico, propenso a múltiples interpretaciones y que en no pocas ocasiones es utilizado para los más oscuros intereses. Esto me hace ver la necesidad de una lectura crítica, renovada; enriquecida con interpretaciones desde diferentes ángulos y posturas teológicas; que me abra nuevos caminos para transitar en mi búsqueda.
7. Puedo profesar mi credo y generar una visión de mundo sin que el resto de la humanidad tenga que pensar y actuar igual que yo, sin tener que oponerme, juzgar o condenar.