Quien padece de adicción al trabajo sufre de una compulsión que hace que dedique una cantidad de tiempo mayor del necesario al desempeño de sus funciones; las que llegan a adquirir un carácter de mayor importancia o urgencia con respecto a otras actividades de su vida. Es por esto que este tipo de personas, en su mayoría hombres, dejan de lado, o en un segundo plano, momentos tan importantes como el compartir en familia, con los amigos, el descanso y la recreación. Como en toda adicción, es común que la persona niegue que tenga un problema. Sin embargo, en la adicción al trabajo, la dificultad para aceptarlo puede ser aun mayor, ya que tanto en su entorno social como en su centro de trabajo, suele recibir reconocimiento y admiración.
Con mucha frecuencia, estas personas encuentran una serie de justificaciones para su conducta. Entre las más frecuentes encontramos: “es que necesitamos más dinero en casa”, “lo hago para garantizarle un mejor futuro a mi familia”, “tengo que aprovechar esta oportunidad y que estoy joven y sano”, y “voy a seguir así solo por un tiempo más.” Por su parte, entre sus rasgos de personalidad más comunes están que son autosuficientes, competitivos, perfeccionistas, muy eficientes y que les cuesta delegar responsabilidades en sus compañeros o subordinados. También, suelen llevar sus problemas de trabajo a la casa durante las noches y fines de semana y, con frecuencia, por causa de esto tienen problemas con su pareja y/o familiares cercanos.
Con el paso del tiempo, esta problemática puede acarrear consecuencias a nivel de salud tales como la ansiedad crónica, los trastornos psicosomáticos y el infarto. En muchos casos, el divorcio se constituye en otra de sus secuelas. La compulsión al trabajo no necesariamente responde a razones de índole económico. Muchas veces es una forma de huir a los vínculos de intimidad por causa de la insatisfacción que puede provenir de la relación de pareja y/o de problemas familiares. Asimismo, puede ser una forma de compensar sentimientos de vacío y frustración por no hacer lo que realmente se quiere, o por una sensación de poca valía personal. En todo caso, es una señal que nos indica que debemos hacer un alto en el camino para reconsiderar nuestra escala de valores y de prioridades para nuestra vida.