Ana, una mujer de 37 años, vino a consulta mostrándose cansada, deprimida y con una gran necesidad de hablar. Lo primero que dijo es que ya no podía más con la situación que estaba enfrentando a nivel familiar.
Su madre, quien padecía de cáncer y se encontraba en estado terminal, vivía con ella, su esposo y sus tres hijos desde hacía algunos meses. Ana, quien se desempeñaba como ama de casa, no solo se había dedicado por completo a cuidar a su madre, sino que también hacía hasta lo imposible por no hablar sobre lo delicado de su estado de salud con el resto de la familia.
Lo que pretendía con esto, me contó después, era proteger a su familia del dolor que les podía producir. La enfermedad de un ser querido, y aún más la cercanía de su muerte, suele generar cambios significativos en la dinámica familiar, sobre todo a nivel emocional.
Es muy común que ver que los (as) familiares que rodean a la persona enferma tiendan a no hablar entre éstos (as) ni con ella sobre su padecimiento. En un proceso de duelo familiar, tanto la persona que va a morir como sus familiares deben saber qué es lo que está pasando y hablar de ello con la mayor transparencia y honestidad posible.
La persona enferma tiene el derecho de elaborar su propia muerte, de tomar las decisiones que considere pertinentes, de despedirse. Por otra parte, la familia también debe prepararse para atravesar el proceso de duelo que enfrentará cuando la persona haya partido. Al contrario de lo que se podría pensar, el hablar del asunto de forma abierta, entrando en contacto con los sentimientos que una situación así puede generar, creará un clima emocional propicio para la unión y el acompañamiento de la persona enferma.
Ante este tipo de circunstancias, se debe recordar que la única forma efectiva de superar el dolor es enfrentándolo, en la medida en que se sienta y se viva irá desapareciendo paulatinamente, como le ocurrió a Ana.