Hace más de un año le dije a mi mamá que soy gay. Le he explicado de tomas las formas posibles que es algo normal, que no estoy enfermo ni nada de eso, pero ella sigue diciendo que está mal porque va en contra de la voluntad de Dios. ¿Qué puedo hacer, siento que si no me acepta no voy a poder hacer la vida que quiero?
Esta es una situación que suelen enfrentar las personas sexualmente diversas cuando deciden contarles a sus familiares sobre su orientación sexual y/o identidad de género. Vamos por partes. Lo primero que hay que dejar claro acá es que las personas no podemos depender de la aceptación de nuestros seres queridos para hacer lo que deseamos hacer o tener el estilo de vida que queramos tener. Para algunas personas tendrá que ver con su orientación sexual, para otras con su oficio o profesión, la pareja que eligieron o el trabajo que decidieron tener.
Aunque es cierto que la necesidad de aceptación por parte de nuestros seres queridos suele ser muy intensa, y por lo tanto muy dolorosa su negativa a darnos ese ansiado “está bien, podés contar conmigo, te apoyo totalmente”, es posible aprender a renunciar a la misma. El psicólogo norteamericano Abraham Maslow, decía que los seres humanos teníamos necesidades de deficiencia y la necesidad de auto realizarnos.
Las primeras tienen que ver con las más primarias como el abrigo, la alimentación y el afecto, así como con la necesidad de ser aprobados/as. Este autor afirmaba que cuando una persona había alcanzado su madurez física, emocional e intelectual (lo que se supone se alcanza aproximadamente a los 18 años de edad), debía entonces ser capaz de aprobarse a sí misma; de contar con las habilidades emocionales necesarias para darse el apoyo necesario ante las adversidades.
Claro que para lograr esto, una persona tiene que conocerse bastante bien, tener muy claro sus propósitos en la vida y de qué manera quisiera alcanzarlos. La capacidad de aprobarnos a nosotros/as mismas, a pesar de las críticas y descalificaciones de otras personas emocionalmente significativas, no es muy común en nuestros días. En nuestra sociedad se nos educa para establecer vínculos de dependencia; quienes educan, a pesar de ser personas adultas, muchas veces depositan una serie de expectativas sobre sus hijos e hijas o personas a cargo, condicionando su afecto a que éstos/as cumplan sus deseos y demandas.
La culpa es uno de los sentimientos que por lo general están detrás de esa dificultad de renunciar a la necesidad de aprobación, ya que al tomar un camino diferente al que desearon para nosotros/as estamos “haciendo sufrir” a esos seres queridos que tanto hicieron por nosotros/as…
La perspectiva de la madurez emocional
Lo que está claro es que no podemos negarnos a nosotros/as mismos; pasarle por encima a quienes somos y a lo que anhelamos por cumplir el deseo de otras personas. Cada ser humano es el único responsable por su felicidad. Algunas personas creen que hay que enojarse o distanciarse marcadamente de aquellas personas que no nos aceptan tal y como somos, pero eso no es cierto.
No tenemos que dejar de querer a esas personas, reprocharles su falta de apoyo ni alejarnos de ellas. Podemos aprender a aceptarles con sus dificultades y sus limitaciones, a vivir plenamente sin tener que contar con su aprobación. Este gesto refleja independencia y madurez. Es una señal de que la persona ha logrado ser su más importante referente, su escucha más atenta, su principal fuente de apoyo.
Estas habilidades son, sin duda alguna, fundamentales para quienes quieran aventurarse a vivir la vida sin tantos temores, a decir lo que tienen que decir cuando lo tienen que decir, a defender sus puntos de vista. De todas formas, al final, a la única persona a la que le vamos que tener que dar cuentas sobre las decisiones que tomamos y la vida que tuvimos es a nosotros/as mismos/as…