Ética individual y bienestar social

Mientras que la moral responde a las normas socialmente establecidas que condicionan la interacción entre las personas, incluyendo aquello que se considera correcto o incorrecto, bueno o malo, la ética trata del estudio de la moral, de sus orígenes históricos, del impacto de esas normas y de cuáles deberían ser aquellas que nos acerquen al ideal de la convivencia más armoniosa posible, así como al mejor proceder en los diferentes ámbitos del quehacer humano.

Todas las personas tenemos la capacidad para hacer el ejercicio ético de revisar y valorar nuestras normas morales y nuestras conductas. Erich Fromm, psicólogo social humanista, explicó en su libro “La patología de la normalidad”, que aquello que la mayoría hace, piensa o siente,  no es necesariamente normal , o mejor dicho adecuado o sano, por el hecho de que lo haga la mayoría.

Por ejemplo, vivimos en una sociedad machista, xenofóbica, clasista, racista y que rechaza a las personas pertenecientes a la diversidad sexual, entre otros defectos sociales, los que se fundamentan en estereotipos que son capaces de traducirse en conductas discriminatorias y violentas, que pueden provocar un profundo daño, y en ocasiones la muerte, a quienes son víctimas de éstos. Los estereotipos son generalizaciones sobre distintos grupos de personas en las que no media un análisis crítico, la información debida o el acercamiento necesario para determinar, con conocimiento de causa, si lo que estos afirman es real o falso.

El ejercicio ético de revisar nuestros estereotipos encierra grandes oportunidades de aprendizaje y crecimiento personal.  Significa informarse, investigar, reflexionar, conocer mejor a nuestros congéneres, desarrollar la empatía y, más allá aun, humanizarnos.  Bien puede decirse que una persona está frente a la gran oportunidad de humanizarse en la medida en que desarrolle la capacidad de verse reflejada en la humanidad de quienes le rodean.

Además de lo anterior, el ejercicio de la ética individual se traduce en otros aspectos que deberían ser parte de nuestra responsabilidad como ciudadanía.  Implica la posibilidad de desarrollar y comprometernos con diversos proyectos e ideales dirigidos a impulsar la justicia social, la igualdad y la solidaridad entre las personas; es decir, a construir una mejor sociedad para las próximas generaciones.

La preocupación por la ética individual no es un hábito que hayamos desarrollado. No ha sido parte del currículum educativo o no se le ha dado la importancia que tiene. Sin embargo, es algo que podemos empezar a hacer en cualquier momento.  Hoy más que nunca tenemos un universo de información a un “clic” de distancia. La reflexión ética pasa por todos los ámbitos de nuestras vidas: laboral, familiar, de pareja y de amistad, así como por nuestra visión de mundo y nuestras creencias y convicciones, por ejemplo de índole político y religioso. No hay nada de nuestro mundo moral que no pueda ser revisado y mejorado. En una época en la que la violencia y la desazón van en aumento, una sana preocupación ética puede brindarnos las herramientas para revertir estos procesos, y a la vez,  dotar de un mayor sentido a nuestras vidas.

 

Publicado en ELMUNDO.CR

https://www.elmundo.cr/etica-individual-bienestar-social/

Lo enfermizo no está en la diversidad sexual, sino en la sociedad

Hace algunos años, tuve la oportunidad de tener a cargo la clínica psicológica del Centro de Investigación y Promoción para América Central en Derechos Humanos (CIPAC), dedicada a la promoción de los derechos humanos de personas gais, lesbianas, bisexuales, transgénero e intersexuales (LGBTI).  Aunque ya contaba con amistades muy preciadas pertenecientes a esta población, esta vez mi labor me llevaría a conocerles mucho más a fondo, pues nos encontraríamos en un espacio al que se llega a hablar, a exteriorizar vivencias y sentimientos que suelen mantenerse en la intimidad.

Con el transcurrir de las semanas y los meses, empecé a corroborar lo que había aprendido leyendo sobre el tema: no hay patología, anormalidad, aberración ni desviación moral alguna en estas personas en relación con su orientación sexual e identidad de género. Fueron cientos y cientos de horas de encuentros en los que pude constatar que las personas LGBTI son simple y llanamente seres humanos, personas dotadas de todas las facultades, capacidades y dones de índole emocional, social y espiritual.  No había nada que les hiciera esencialmente diferentes de las personas heterosexuales, pues las más básicas características propias de la condición humana estaban igualmente presentes: la capacidad de amar y el anhelo de ser amadas, de ser felices, de soñar con una vida plena, de realizarse, conformar una familia y de crecer espiritualmente.

Pero también corroboré lo que también sabía; el dañino y en ocasiones letal impacto de la discriminación y la violencia de las que estas personas son víctimas. Fueron múltiples historias de niñas y niños víctimas del rechazo de sus seres queridos más cercanos,  del maltrato cotidiano por parte de sus pares en escuelas y colegios. De adolescentes a quienes se les expulsó de su hogar, de lo que significa cargar con el estigma en el barrio, el trabajo y múltiples espacios de ser la persona “rara”. De la consecuente necesidad de mentir y esconderse con la finalidad de acallar los rumores sobre su sexualidad.

También, del pavor que sentían al asistir a misa o al culto y escuchar que eran despreciadas por Dios y que su destino era el infierno. Producto de lo anterior, muchas de estas personas tenían problemas de autoestima, no se sentían plenamente merecedoras de afecto ni sujetas de derechos, y habían interiorizado sentimientos de culpa y vergüenza. Investigaciones realizadas por CIPAC, demostraron que en esta población, en comparación a la heterosexual, se encuentra un mayor consumo de alcohol y drogas, conductas sexuales de riesgo, ideación e intentos de suicidio.  Sin embargo, también pude constatar que aquellas personas que contaban con apoyo de sus familias, o grupos de amistades cercanas, tenían más posibilidades de desarrollar habilidades para enfrentar y superar el nefasto impacto del desprecio y la violencia proveniente de la sociedad; porque es nuestra sociedad, repleta de estereotipos, miedos y odios, e incapaz de la más básica empatía para reconocer lo que nos hermana y nos identifica con todo ser humano, la que está tan enferma como para infringir tal grado de sufrimiento a las personas LGBTI.

Cuando observo lo que las iglesias Católica y Evangélicas fundamentalistas, así como recientemente un grupo de diputadas y diputados de la Asamblea Legislativa hacen para promover esta campaña de odio con base en una serie de mentiras e ideas distorsionadas que han denominado “ideología de género”, me surgen profundas dudas sobre cuáles son sus verdaderas intenciones e intereses.  De lo que no me cabe duda,  es de la capacidad suya y mía para superar todo condicionamiento social que nos inhiba del don de construir relaciones con todas las personas que nos rodean en términos de hermandad, igualdad y solidaridad.

Publicado en ELMUNDOCR.CR
https://www.elmundo.cr/lo-enfermizo-no-esta-la-diversidad-sexual-sino-la-sociedad/

Las marchas por «la vida y la familia» y el crimen de Daniel Zamudio

En 2013, participé en la V Convención Internacional de la Asociación de Familias por la Diversidad Sexual, en Lima, Perú.http://familiasporladiversidad.org/convencion…/v-convencion/

En una de las actividades, madres y padres de personas gais, dieron su testimonio sobre el asesinato de sus hijos. Yo, que tenía experiencia de trabajo psicoterapéutico con personas lesbianas, bisexuales, gais, transgénero e intersexuales (LGBTI), creía que seguramente ya lo había escuchado todo. Pero no era así. Puedo evocar con claridad la imagen de una madre hablando de cómo a su hijo lo encontraron divido en partes en un refrigerador; y de Iván Zamudio, el padre de Daniel, decir que durante la confesión de los asesinos de su hijo en Chile, describieron cómo sonaban sus huesos cuando lo lanzaban con la mayor fuerza posible una y otra vez contra el pavimento. https://es.wikipedia.org/wiki/Daniel_Zamudio

¿El móvil de estos crímenes? El desprecio y el odio aprendido hacia las personas LGBTI. Por un momento, sentí que no iba a ser capaz de seguir escuchando, y empecé a buscar con urgencia la forma más rápida de salir de ese lugar.

Ya sabía porque lo había estudiado, pero más aún porque lo había escuchado de sus propios labios, que las personas LGBTI son víctimas cotidianamente de múltiples formas de discriminación y violencia; pero la experiencia en Perú me permitió dimensionar lo que el odio es capaz de hacer.

Este domingo 3 de diciembre, la Iglesia Católica realizará una marcha en pro de “la vida y la familia”, que reforzará estereotipos (ideas falsas y generalizadas) sobre las personas LGBTI, con el potencial efecto dañino que esto conlleva.

Podría en este punto, hacer énfasis en que existen diversos y muy bien fundamentados enfoques teológicos que no consideran anormales o pecaminosas a las personas LGBTI, o a que la Organización Mundial de la Salud eliminó, desde 1990, a la homosexualidad del listado de “trastornos de la sexualidad”.

Pero me parece más importante invitar a reflexionar a quienes participarán de la marcha, si lo harán a pesar de que estarán promoviendo los mismos estereotipos que provocaron la muerte de Daniel Zamudio; el mismo odio que podría atentar contra la dignidad o la vida, sin ni siquiera sospecharlo, de sus seres más queridos.

¿Qué podemos hacer los hombres para detener la violencia hacia las mujeres?

Trabajo con grupos de hombres sobre temas de masculinidad, y uno de estos es la violencia hacia las mujeres. Uno de los principales objetivos es desnaturalizar esta forma de violencia, dado que predomina en el imaginario social, la idea de que los hombres somos violentos por naturaleza, que así somos y ya.

Por eso, el primer paso es invitar a la reflexión en torno a que la violencia en los hombres no es natural o innata, sino que responde a un aprendizaje que inicia desde que estamos muy pequeños. Un elemento que suele ser común al tratar este tema con hombres, es el enojo e incluso el cinismo con el que algunos lo asumen. No son pocas las veces en las que se afirma que nosotros los hombres igualmente sufrimos violencia en esta sociedad, y que más bien ahora con las leyes que protegen a las mujeres, a nosotros nos va peor.  En este punto, de nuevo hay que hacer un llamado a la reflexión. No podemos equiparar o relativizar la violencia hacia las mujeres en nuestras sociedades machistas, en las que resultan evidentes el desprecio, rechazo, opresión e inferiorización de las mujeres y de lo femenino. Es obvio que los hombres sufrimos de diferentes formas de violencia en el machismo, pero no se pueden comparar, dado que la violencia hacia las mujeres es un mecanismo fundamental para su reproducción.

Haciendo esta aclaración, por lo general se dirige la conversación hacia el tema de la empatía.  Los hombres recibimos desde niños una educación emocional que nos limita el desarrollo de la inteligencia emocional, y se entiende la empatía como la habilidad o capacidad de ponerse en el lugar de la otra persona, de comprender sus circunstancias y sentimientos.  Un ejemplo de cómo se aborda este tema, es cuando hablamos del acoso sexual callejero hacia las mujeres. Por lo general, se les responsabiliza del mismo cuando dicen que es producido por la forma en que se visten, por los lugares o las horas por las que transitan en la calle.  Es común escuchar decir que “se visten para provocar pero luego no les gusta que las toquen”. Sin embargo, su percepción sobre esta forma de violencia cambia radicalmente cuando, luego de una dinámica grupal, es una mujer muy querida para ellos la que sufre acoso callejero. Al ponerse en el lugar de ellas, logran comprender que no hay justificación para la violencia.

Desde esta misma lógica, abordamos otras formas de violencia hacia las mujeres, incluyendo el feminicidio; para promover el análisis sobre qué hace que un hombre sea capaz de asesinar a su compañera sentimental, de cómo el machismo puede hacer sentir a un hombre que es el dueño de su compañera o esposa, y más allá, de su imposibilidad de concebirse sin ella, de cómo en estos casos parece cumplirse la nefasta sentencia de “si no es mía, no va a ser de nadie.”

Los hombres tenemos la capacidad y debemos asumir la responsabilidad de reflexionar sobre estos temas; no podemos seguir percibiendo a la violencia hacia las mujeres como algo natural o que ellas provocan.  Las diferentes expresiones de esta forma de violencia provocan un profundo daño y sufrimiento a las víctimas y a quienes les rodean,  aportando a este orden social machista, violento y de desigualdad en el que vivimos y que debemos cambiar. Reflexionar sobre este tema, implica abordar la violencia machista en los hombres hacia las otras direcciones en que se dirige: hacia otros hombres y hacia nosotros mismos. Esta causa nos lleva también, tarde o temprano, a actuar ante la violencia que se dirige hacia nosotros.

Es fundamental que aprendamos a concebir a las mujeres en términos de la absoluta legitimidad de su condición humana y del respeto a su dignidad, y que desarticulemos cualquier concepción aprendida y mediatizada por el machismo. Debemos aprender a redefinirnos y a reconstruirnos como seres capaces de vivir sin la necesidad de poder, superioridad, pertenencia y control sobre las mujeres. Los hombres tenemos en las manos la posibilidad de convertirnos en mejores seres humanos en la medida en que nos comprometamos con la erradicación de la violencia machista.

 

Publicado en el medio digital ELMUNDOCR

https://www.elmundo.cr/podemos-los-hombres-detener-la-violencia-las-mujeres/