Si usted es hombre, muy probablemente ha vivido esta experiencia: usted viene caminando por un lugar solitario, y una mujer se aproxima hacia usted en dirección contraria. Conforme ella se acerca, frunce el ceño y al pasar a su lado da la impresión de que teme que usted le haga o le diga algo, porque se distancia más de lo necesario con evidente recelo. Es muy posible que esa mujer, al igual que la inmensa mayoría, haya sido víctima de hostigamiento sexual callejero, incluso desde que era una niña.
Nos focalizaremos en el acoso sexual callejero cometido por hombres hacia mujeres, que es el que se da en la gran mayoría de las veces, y que consiste en hacer comentarios de índole sexual que por lo general son sumamente vulgares y ofensivos, realizar miradas lascivas hacia las partes íntimas, hacer sonidos con la boca, violentar el espacio vital y realizar tocamientos en contra de la voluntad de las víctimas, con la intención de atemorizarlas y humillarlas.
Acoso sexual callejero y machismo
En las sociedades machistas, en múltiples situaciones y contextos las mujeres son cosificadas, reducidas a una especie de objeto sexual destinado al placer de los hombres. Esto implica que se les desprende de su humanidad en el sentido más amplio, así como de su dignidad como personas. Hay mucho detrás de un acto tan común en las calles, y que hemos aprendido a ver como parte de la cotidianidad, sin dimensionar ni remotamente el impacto que puede tener para las víctimas.
Uno de los componentes fundamentales del machismo es la misoginia, que es el desprecio e incluso el odio aprendido socialmente hacia las mujeres y hacia lo femenino, y que se ve claramente manifiesto en el acoso sexual callejero. En el espacio público, las mujeres se convierten en objetos para ver, desear, humillar y someter. El acoso sexual callejero es una clara y evidente expresión de un abuso de poder, de cómo muchos sienten que tienen el derecho de provocar en sus víctimas tales sensaciones de miedo, frustración y vergüenza.
Y algo que hace más preocupante este fenómeno, es que no son pocas las veces en que tanto mujeres como hombres responsabilizan a las víctimas por recibir el este tipo de acoso, en lugar de poner la debida atención sobre quiénes lo cometen y por qué razones. “Es que andan muy escotadas y con enaguas muy cortas, y después no quieren que les digan nada”; “se ponen a andar por lugares solitarios y luego no les gusta que las toquen” o “ella se lo buscó, por andar tan maquillada y con ropa ajustada”.
Es impresionante cómo en el machismo, naturalizamos la conducta de acoso sexual hacia las mujeres y las responsabilizamos a éstas de algo que no desean. Se denomina acoso porque produce molestia, porque atenta contra la integridad emocional y física de las víctimas. Tenemos que llamar a las cosas por su nombre: el acoso sexual callejero es una forma de violencia.
Las mujeres, sin importar su edad, tienen derecho a transitar de manera libre y segura por los espacios públicos y de utilizar el transporte público sin ningún tipo de temor. Tienen derecho a vestir según sus preferencias, el clima o la moda. El asunto de fondo aquí no es cómo las mujeres decidan vestirse, sino el derecho que sienten muchos hombres de violentarlas.
Disminuida empatía
En el trabajo con grupos de hombres, suele ser común que al abordar este tema reaccionen con molestia, y tiendan a responsabilizar a las mujeres de recibir acoso sexual callejero, cuando comúnmente afirman que: “bueno, es que hombre es hombre, y muchas se visten para provocarlo a uno”. Sin embargo, es muy interesante observar lo que sucede cuando, mediante ejercicios consistentes en imaginar situaciones, es una mujer querida para ellos (una hija, su hermana o su esposa), la que es víctima de esta forma de acoso.
Ante esta situación, por lo general experimentan un fuerte enojo hacia el agresor, al cual muchos indican que sienten fuertes deseos de agredir físicamente. ¿Por qué reaccionamos de manera tan diferente en función de si es una mujer conocida o no, si el acto violento es el mismo y el impacto negativo que produce puede ser tan similar? Sin duda, esto nos lleva a uno de los grandes temas que los hombres tenemos que trabajar: nuestras concepciones, contradicciones y ambivalencias en torno a las mujeres y lo femenino; de la mano del desarrollo de la empatía (la capacidad para ponernos en el lugar de otra persona para comprender sus circunstancias y sentimientos), como una habilidad fundamental para la vida y la convivencia social.
Desnaturalizar la violencia
En muchos países, desde hace ya varios años, los hombres nos hemos organizado para reunirnos y reflexionar sobre nuestras masculinidades, sobre las formas en que fuimos enseñados a ejercer el poder, de cómo nos vinculamos con quienes nos rodean en los diferentes espacios en los que nos desenvolvemos y con nosotros mismos.
La construcción de las identidades masculinas implica la represión de un buen número de sentimientos y sensaciones, nos orienta a la dureza, la racionalidad y el distanciamiento emocional. Sin embargo, como se ha visto, este aprendizaje puede ser desmontado para asumir libre y responsablemente el proceso de apropiarnos de nuestro mundo emocional, lo que resulta una condición básica para el replanteamiento del ejercicio del poder machista y para construir formas alternativas, igualitarias y productivas de vincularnos. Asumamos el acoso sexual callejero hacia las mujeres con mirada crítica y empática. Desnaturalicemos y detengamos esta forma de violencia.