Masculinidad y acoso sexual callejero

Dr. Erick Quesada Ramirez - Psicologo Mente Sana
Dr. Erick Quesada R.

Si usted es hombre, muy probablemente ha vivido esta experiencia: usted viene caminando por un lugar solitario, y una mujer se aproxima hacia usted en dirección contraria. Conforme ella se acerca, frunce el ceño y al pasar a su lado da la impresión de que teme que usted le haga o le diga algo, porque se distancia más de lo necesario con evidente recelo. Es muy posible que esa mujer, al igual que   la inmensa mayoría, haya sido víctima de hostigamiento sexual callejero, incluso desde que era una niña.

Nos focalizaremos en el acoso sexual callejero cometido por hombres hacia mujeres, que es el que se da en la gran mayoría de las veces, y que consiste en hacer comentarios de índole sexual que por lo general son sumamente vulgares y ofensivos, realizar miradas lascivas hacia las partes íntimas, hacer sonidos con la boca, violentar el espacio vital y realizar tocamientos en contra de la voluntad de las víctimas, con la intención de atemorizarlas y humillarlas.

Acoso sexual callejero y machismo

En las sociedades machistas, en múltiples situaciones y contextos las mujeres son cosificadas, reducidas a una especie de objeto sexual destinado al placer de los hombres. Esto implica que se les desprende de su humanidad en el sentido más amplio, así como de su dignidad como personas. Hay mucho detrás de un acto tan común en las calles, y que hemos aprendido a ver como parte de la cotidianidad, sin dimensionar ni remotamente el impacto que puede tener para las víctimas.

Uno de los componentes fundamentales del machismo es la misoginia, que es el desprecio e incluso el odio aprendido socialmente hacia las mujeres y hacia lo femenino, y que se ve claramente manifiesto en el acoso sexual callejero. En el espacio público, las mujeres se convierten en objetos para ver, desear, humillar y someter. El acoso sexual callejero es una clara y evidente expresión de un abuso de poder, de cómo muchos sienten que tienen el derecho de provocar en sus víctimas tales sensaciones de miedo, frustración y vergüenza.

Y algo que hace más preocupante este fenómeno, es que no son pocas las veces en que tanto mujeres como hombres responsabilizan a las víctimas por recibir el este tipo de acoso, en lugar de poner la debida atención sobre quiénes lo cometen y por qué razones. “Es que andan muy escotadas y con enaguas muy cortas, y después no quieren que les digan nada”; “se ponen a andar por lugares solitarios y luego no les gusta que las toquen” o “ella se lo buscó, por andar tan maquillada y con ropa ajustada”.

Es impresionante cómo en el machismo, naturalizamos la conducta de acoso sexual hacia las mujeres y las responsabilizamos a éstas de algo que no desean. Se denomina acoso porque produce molestia, porque atenta contra la integridad emocional y física de las víctimas. Tenemos que llamar a las cosas por su nombre: el acoso sexual callejero es una forma de violencia.

Las mujeres, sin importar su edad, tienen derecho a transitar de manera libre y segura por los espacios públicos y de utilizar el transporte público sin ningún tipo de temor. Tienen derecho a vestir según sus preferencias, el clima o la moda. El asunto de fondo aquí no es cómo las mujeres decidan vestirse, sino el derecho que sienten muchos hombres de violentarlas.

Disminuida empatía

En el trabajo con grupos de hombres, suele ser común que al abordar este tema reaccionen con molestia, y tiendan a responsabilizar a las mujeres de recibir acoso sexual callejero, cuando comúnmente afirman que: “bueno, es que hombre es hombre, y muchas se visten para provocarlo a uno”. Sin embargo, es muy interesante observar lo que sucede cuando, mediante ejercicios consistentes en  imaginar situaciones,  es una mujer querida para ellos (una hija, su hermana o su esposa), la que es víctima de esta forma de acoso.

Ante esta situación, por lo general experimentan un fuerte enojo hacia el agresor, al cual muchos indican que sienten fuertes deseos de agredir físicamente. ¿Por qué reaccionamos de manera tan diferente en función de si es una mujer conocida o no, si el acto violento es el mismo y el impacto negativo que produce puede ser tan similar? Sin duda, esto nos lleva a uno de los grandes temas que los hombres tenemos que trabajar: nuestras concepciones, contradicciones y ambivalencias en torno a las mujeres y lo femenino; de la mano del desarrollo de la empatía (la capacidad para ponernos en el lugar de otra persona para comprender sus circunstancias y sentimientos), como una habilidad fundamental para la vida y la convivencia social.

Desnaturalizar la violencia

En muchos países, desde hace ya varios años, los hombres nos hemos organizado para reunirnos y reflexionar sobre nuestras masculinidades, sobre las formas en que fuimos enseñados a ejercer el poder, de cómo nos vinculamos con quienes nos rodean en los diferentes espacios en los que nos desenvolvemos y con nosotros mismos.

La construcción de las identidades masculinas implica la represión de un buen número de sentimientos y sensaciones, nos orienta a la dureza, la racionalidad y el distanciamiento emocional. Sin embargo, como se ha visto, este aprendizaje puede ser desmontado para asumir libre y responsablemente el proceso de apropiarnos de nuestro mundo emocional, lo que resulta una condición básica para el replanteamiento del ejercicio del poder machista y para construir formas alternativas, igualitarias y productivas de vincularnos. Asumamos el acoso sexual callejero hacia las mujeres con mirada crítica y empática.  Desnaturalicemos y detengamos esta forma de violencia.

¿Es normal la violencia contra las mujeres?

-Publicado el 9 de febrero 2017 en www.laprensalibre.cr

Se ha estudiado y se conoce muy bien el profundo daño y el sufrimiento que provoca en las mujeres las diversas formas de violencia que sufren: sexual, física, psicológica, económica o patrimonial en diferentes etapas y ámbitos de sus vidas: de pareja, intrafamiliar, en el laboral por causa del hostigamiento sexual, y la discriminación por género y en los espacios públicos por causa del acoso sexual callejero, entre otros.

Sin embargo, en la sociedad costarricense, al parecer, hemos llegado a considerarla como algo que simplemente se da, incluso como algo normal.

En términos más técnicos, se denomina violencia de género, dado que se es víctima de estas diversas formas de violencia por el hecho de ser mujer.

El origen de este fenómeno se encuentra en el funcionamiento de nuestras sociedades machistas, en las que las mujeres y lo femenino son ubicados en un lugar de supuesta inferioridad, lo que se relaciona con el hecho de que sean sometidas a diferentes grados de control y dominación. La violencia contra ellas es utilizada como un mecanismo para mantenerlas en esta condición.

No obstante, existe una percepción generalizada de que la violencia es inherente a los seres humanos y que, por lo tanto, es algo que se debe aceptar y con lo cual hay que aprender a vivir. Es un tema sobre el que, por lo general, no reflexionamos y que damos simplemente por sentado.

En realidad, no hay un sustento científico de peso para afirmar que las personas nacemos violentas; más bien, las investigaciones indican que las conductas violentas responden a un proceso de aprendizaje social que inicia desde los primeros años de vida.

En el caso de la violencia contra las mujeres, las estadísticas son claras en demostrar que son los hombres quienes en la gran mayoría de las veces la ejercen. Este hecho debería llamarnos a los hombres a una reflexión urgente y a fondo sobre la forma en que nos vinculamos con ellas. Pero aquí no termina este asunto, existen muchas razones por las cuáles también debemos reflexionar sobre cómo nos vinculamos con otros hombres y con nosotros mismos.

El aprendizaje de la masculinidad es un proceso que implica una represión de la emotividad y la sensibilidad, percibir a otros hombres como competidores, demostrar que no se tiene miedo, que no se es una mujer o un niño. En la edad adulta, conlleva que se es un exitoso proveedor familiar y que se cuenta con una significativa dosis de poder y reconocimiento.

Estos mandatos sociales pueden implicar un altísimo costo emocional y físico para los hombres: en las sociedades machistas, los hombres también somos receptores de violencia, y no es poco frecuente que la dirijamos hacia nosotros mismos. Según datos del Ministerio de Salud, de 296 suicidios registrados durante el año 2016 en Costa Rica, 250 fueron cometidos por hombres.

A este dato, hay que sumar las muertes por homicidios, accidentes de tránsito y otras producidas por conductas temerarias o de riesgo, que son muy propias de las masculinidades machistas. No se pretende con esto relativizar o minimizar la violencia que sufren las mujeres. No pueden equipararse las formas de violencia que reciben hombres y mujeres cuando estas últimas han sido históricamente ubicadas, como ya se dijo, en el lugar de una supuesta inferioridad.

Esta realidad es fundamental para señalar y dimensionar apropiadamente la condición de opresión histórica que han sufrido las mujeres hasta la actualidad, y para vislumbrar aquellas acciones que mujeres y hombres debemos tomar para avanzar hacia una sociedad más justa e igualitaria.

Para el caso de los hombres, el plantear que estas formas de violencia machista y de género no son naturales, sino más bien aprendidas, nos coloca ante la posibilidad de desaprender estas conductas y sustituirlas por otras fundamentadas en valores como la igualdad, el respeto y la solidaridad. Este principio se asocia con los esfuerzos que internacionalmente se realizan en la prevención de la violencia y la promoción de una cultura de paz.

Si bien esto no es tarea fácil, tampoco es imposible. En esta urgente labor social, los hombres tenemos mucho que aportar.

Existen actualmente en el plano internacional redes de organizaciones de hombres que persiguen este objetivo, por ejemplo, mediante el replanteamiento del ejercicio tradicional o machista del poder en ámbitos como las relaciones de pareja, el ejercicio de la paternidad y el mundo laboral; en aras de impulsar masculinidades igualitarias, empáticas y respetuosas.

En lo personal, implica librarse de mandatos sociales dañinos, la posibilidad de crecer como seres humanos y de desarrollar las habilidades emocionales necesarias para mejorar nuestra calidad de vida y la de quienes nos rodean. La posibilidad de ser parte activa de un cambio urgente y transformador está en nuestras manos.

http://www.laprensalibre.cr/Noticias/detalle/102436/es-normal-la-violencia-contra-las-mujeres

Hombres, emotividad y cambio

La dificultad para la vivencia de una emotividad plena parece ser un común denominador en la mayoría de los hombres que hemos crecido en sociedades machistas. La capacidad de ser sensibles y empáticos se encuentra por lo general muy disminuida. Sin embargo, los hombres no nacimos así; esta condición es resultado de la forma en que hemos sido educados desde niños, y responde a una serie de mandatos sociales: “los hombres deben ser fuertes físicamente y duros emocionalmente, racionales, deben hacer uso de un poder entendido en términos de mando y control sobre las demás personas,” entre otros.

Como consecuencia de esto, el enojo y diversas formas de violencia son legitimadas e incluso fomentadas en los hombres, al considerarse una expresión propia o natural de nuestras masculinidades. Es hora de que los hombres reflexionemos a fondo sobre este tema.

Masculinidad, poder y violencia

Desde las masculinidades machistas, se ejercen diferentes formas de violencia (psicológica, sexual, física y patrimonial) hacia las mujeres en múltiples ámbitos: de pareja, intrafamiliar, en la calle, en el trabajo; hacia niños, niñas y adolescentes; contra otros hombres y contra nosotros mismos.

Para comprender a fondo la violencia contra las mujeres, debe partirse del lugar de inferioridad en que históricamente éstas han sido ubicadas en nuestras sociedades. Esta percepción de las mujeres y lo femenino, produce que sean cosificadas y sometidas al poder masculino patriarcal. Por otra parte, en muchas formas de violencia contra nosotros mismos, está presente una negación de lo femenino; como cuando nos exponemos a situaciones de riesgo para afirmar nuestra virilidad, nos sobre exigimos a pesar del cansancio físico y emocional o cuando decidimos mantener bajo control y reprimir nuestros sentimientos a toda costa.

La negación y el rechazo de lo femenino en los hombres es un factor fundamental para comprender la dinámica del poder y la violencia en las masculinidades machistas.

Misoginia y homofobia: obstáculos para la emotividad

La misoginia es el rechazo y desprecio aprendido hacia las mujeres y lo femenino. Muchas de las emociones y roles tradicionalmente considerados propios de las mujeres, son precisamente los que son reprimidos en los hombres: el dolor, el miedo, la ternura, el cuido, la nutrición, la crianza desde la afectividad, las expresiones espontáneas de amor y de cariño. A su vez, la homofobia es el miedo y desprecio aprendido hacia los hombres gais. Predomina en el imaginario social la idea incorrecta de que éstos desean ser mujeres o renunciar a su masculinidad, por lo que se les ubica en el lugar de éstas y de lo femenino.

Con base en lo anterior, es fundamental hacer un par de aclaraciones. Además de partir de que no hay tal inferioridad de las mujeres ni de lo femenino, tampoco existen sentimientos propios de las mujeres ni de los hombres; sino sentimientos humanos. Por otra parte, desde el punto de vista científico, aunado a que no se ha encontrado nada que esté mal con las personas gais, se ha visto que la orientación sexual de una persona no está en función de los sentimientos que se le permita sentir y expresar o no durante la infancia o el resto de la vida.

Lo que se puede afirmar desde esta perspectiva, es que la amplitud del mundo emocional, la capacidad de experimentar, apropiarse y expresar sentimientos por parte de los niños varones es clave para el pleno desarrollo de su personalidad, pues está en estrecha relación con la posibilidad de desarrollar una serie de habilidades (inteligencia emocional) que les permitirán orientase de forma más auténtica y asertiva en los diferentes ámbitos de sus vidas. Los hombres, desde niños, tenemos el derecho a la emotividad.

El poder de la emotividad en los hombres

La emotividad es un potente medio para desarticular los mecanismos machistas vinculados a la violencia. El desarrollo de la sensibilidad y la empatía, es decir, la capacidad de ponernos en el lugar de las demás personas y su vivencia, crea las condiciones para el ejercicio de una forma alternativa de poder que descanse en la posibilidad de vincularnos con quienes nos rodean y con nosotros mismos en términos de respeto e igualdad. No hay riesgo alguno para los hombres en la emotividad, por el contrario, ésta implica la oportunidad de convertirnos en personas más capaces, plenas y lúcidas; y con el poder para impulsar el cambio.

 

¿Existe la heterofobia?

Resulta importante contextualizar la “heterofobia” en nuestros sistemas sociales patriarcales y machistas, de los que emerge el “heterocentrismo”, es decir, ese principio que reconoce como natural y legítima únicamente a la heterosexualidad.EXISTE LA HETEROFOBIA Según lo anterior, se puede entender la discriminación sistemática hacia las personas con otras orientaciones sexuales o identidades de género que no correspondan con las establecidas para la heterosexualidad, pero, ¿podríamos hablar realmente de una heterofobia?  La fobia hacia la población LGBTI tiene su origen en los cimientos del patriarcado “heterocentrista», y se expresa en múltiples y dañinas formas de discriminación y violencia, en cuyos casos extremos se encuentran los crímenes de odio, es decir, aquellos crímenes en los que el móvil no es otro que la orientación sexual o la identidad de género de la persona.

En nuestras sociedades, es realmente difícil que una persona heterosexual sufra de estos tipos de discriminación y violencia por el hecho de ser heterosexual. Podríamos pensar que puede ser discriminada por su color de piel, clase social, credo religioso o nacionalidad, pero no por su orientación sexual. Una posibilidad, es que la discriminación sea ejercida por personas de otra orientación sexual; sin embargo, este hecho, que obviamente es reprochable, no es comparable a la magnitud de la discriminación y violencia que viven las personas LGBTI.

La importancia de reflexionar críticamente sobre estos temas…

Es siempre importante asumir una posición crítica ante este tipo de ideas.  Bien podría pensarse que sumar la “heterofobia” a la lista de fobias hacia la población LGBTI, es una forma de disminuir o relativizar el impacto y el costo vital que la discriminación y la violencia tienen para estas personas. Desde este punto de vista, esta idea sería, sin duda alguna, “LGBTI-fóbica”.  Los avances en la lucha por los derechos humanos de las personas que pertenecen a este colectivo son cada vez más evidentes tanto a nivel internacional como nacional, convirtiéndose en los últimos años en un tema mediático.

Las formas de activismo en pro de sus derechos ha incluido recientemente en Costa Rica, el apoyo irrestricto de familiares y amigos(as) de este colectivo.  Hace menos de un año, la Presidencia de la República emitió una directriz para que las instituciones estatales tomen acciones para erradicar toda forma de discriminación por razones de orientación sexual e identidad de género. Es decir, este es un tema que cada vez más se va posicionando en nuestro país, y que cada vez más nos llama, a todas las personas, a una reflexión a conciencia sobre el mismo. Hemos insistido en ediciones anteriores, sobre el potencial de las acciones que cada quien pueda tomar para crear una sociedad más respetuosa e inclusiva; en el potencial que para el crecimiento personal tiene liberarse de los estereotipos que nos hacen rechazar y cuestionar a todas aquellas personas con las que, al final de cuentas, nos hermana la condición de ser seres humanos(as)…