Desde que era una niña, para Ana Y. el suplicio comenzaba al llegar la noche. Hasta hace unos meses atrás, esta joven universitaria de 25 años, experimentaba un miedo muy intenso de ver alguna “aparición” al quedarse sola en su casa o en cualquier otro lugar, así como a la hora de irse a dormir. Esta situación la había llevado al extremo de hacer hasta lo imposible por estar acompañada, y de dormir con la luz de su cuarto encendida. Al venir a verme, se quejaba de lo cansada que se sentía de sufrir por causa de sus temores y de su dificultad para encontrar una salida. Indagando en su historia de vida, Ana Y. me contó que cuando tenía 7 años sus padres entraron en una fuerte crisis en su relación de pareja, lo que hizo que ella reaccionara tornándose agresiva y peleona con sus hermanos y bajando su rendimiento en la escuela.
Ante esto, su madre con frecuencia la castigaba al decirle que ya no era una chiquita buena, que con su conducta lo que hacía era empeorar los problemas de la casa, y que a los chiquitos como ella se les aparecía el diablo para que escarmentaran. Muchos de nuestros temores tienen su origen en nuestros sentimientos de culpa, porque hemos aprendido desde niños/as que la persona culpable, la que ha hecho algo malo, merece un castigo. La madre de Ana Y. lejos de entender que su hija se comportaba de esa manera por causa de problemas ajenos a ella, quiso corregirla culpabilizándola por los mismos. Al llegar a creer desde niña que esto era así, empezó a temerle a la oscuridad, anticipando el castigo anunciado por su madre.
Conforme Ana Y. comprendió el impacto de estos eventos pudo empezar a disminuir sus sentimientos de culpa, que en su caso eran totalmente injustificados, y actualmente experimenta menos temor a la soledad y a la oscuridad. A muchos/as de nosotros/as se nos educó en nuestra infancia inculcándonos culpas y miedos. ¿Cuántos de los que llevamos dentro serán injustificados?.