Divorcio e hijos(as)

La decisión de divorciarse no suele ser algo sencillo para una pareja.  Sin embargo, para aquellas que tienen hijos(as), su relación no termina cuando se firma el mismo, sino que apenas empieza, aunque en otros términos. Para los hijos e hijas, el divorcio de sus padres, sobre todo si se trata de niños(as) y adolescentes, puede producir un fuerte impacto emocional. Por lo general es percibido como una ruptura de la familia, y con esto, de la sensación de seguridad y pertenencia que ésta genera.

También, la partida del padre, como por lo general sucede, puede resultar muy dolorosa, e incluso despertar el temor de un eventual alejamiento o abandono por parte de éste. El daño puede ser aún peor cuando son frecuentes las peleas, gritos y ofensas entre la pareja.  Ante esto, los(as) hijos(as) pueden reaccionar de diversas formas, como aislándose al pasar largas horas encerrados(as) en su cuarto y disminuyendo su interés hacia actividades que antes les resultaban muy atractivas. En ocasiones, se tornan agresivos(as) en sus juegos o en el trato con sus compañeros(as) y amigos(as) y con el resto de la familia, y es bastante frecuente que disminuyan su rendimiento académico.

Lo anterior podría ser un indicador de que éstos(as) están sufriendo mucho, y que no existen en la familia los canales adecuados para exteriorizar todo lo que sienten y piensan, así como para recibir el apoyo que necesitan. Esto destaca la importancia de que durante, y luego del divorcio, el padre y la madre encuentren la mejor forma de relacionarse. No son pocas las ocasiones en que los hijos e hijas son utilizados como un medio para continuar con la dinámica de hacerse daño, al atacarse y desacreditarse mutuamente a través de ellos(as). También, se ven muy afectados(as) cuando la madre obstaculiza que el padre pueda verles, o cuando éste de forma intencionada reacciona de forma desinteresada o tardía ante el cumplimiento de algún compromiso o responsabilidad.  De suceder esto, lo más aconsejable es que ambos busquen la ayuda necesaria para aprender a comunicarse, a negociar y a relacionarse respetuosamente, ya no como pareja, sino en su condición de padre y madre de sus hijos(as). A pesar de que el divorcio puede ser en ocasiones la única salida, la responsabilidad de velar por el bienestar emocional de los hijos e hijas permanece intacta, y por muchos años.

Adicción al juego

Este tipo de adicción, también conocida como ludopatía o juego patológico, consiste en un deseo intenso y muchas veces incontrolable hacia los juegos de azar. Cuando de forma paulatina se invierte cada vez más tiempo y dinero en esta actividad, se está ante una señal típica de que se ha creado una dependencia que va en aumento, así como del riesgo de padecer las serias consecuencias esto que puede traer consigo. Como suele suceder con otras adicciones, la persona puede presentar dificultades para reconocer que tiene un problema que no puede manejar,  y es común que insista en que puede dejar de jugar cuando quiera.

Con frecuencia –como producto de la doble vida que lleva cuando esconde su adicción- miente a sus familiares y a las personas más cercanas, y se endeuda constantemente con la finalidad de volver a jugar; siempre con la esperanza puesta en que esta vez se encontrará con la ansiada “racha de buena suerte”. Los frecuentes gastos económicos que este tipo de adicción implica, llevan por lo general a la persona a enfrentar serios problemas económicos y familiares, que por lo general se acompañan de altas dosis de estrés, depresión y ansiedad.  Esto puede llegar al punto de poner su vida en peligro, pues no son pocas las veces en que termina pensando que el suicidio es la única salida para su compleja y difícil situación.

Los rasgos que caracterizan a la persona adicta suelen ser la poca tolerancia a la frustración, la dificultad para ponerse en contacto con sus emociones, la impulsividad y los sentimientos de grandiosidad, lo que está en relación con una baja autoestima. Si una persona se reconoce como adicta al juego debe buscar ayuda profesional lo más pronto posible, pues por lo general es muy difícil dejar de jugar sin recibir la atención necesaria; a pesar de la fuerza de voluntad que se tenga. La terapia va dirigida al aprendizaje de destrezas emocionales que le permitan afrontar de forma adecuada situaciones difíciles, tolerar la frustración, fijarse límites, a incrementar el control sobre la impulsividad y a desarrollar actitudes cada vez más responsables. Además, la intervención puede incluir a la  familia, donde se informa a sus miembros sobre esta problemática y se les indica la manera de apoyar y acompañar al paciente durante su proceso de recuperación. Tener el valor y la sabiduría de detenerse a tiempo y pedir ayuda puede prevenir en estas personas, y sus seres queridos, pérdidas económicas y emocionales irreparables.

Anorexia

La anorexia es un trastorno de la alimentación que se caracteriza por el deseo constante de perder peso, el miedo intenso a recuperarlo y una imagen corporal distorsionada que hace que la persona se vea gorda, aunque en realidad este muy delgada.  La pérdida de peso se da a través de una reducción de la alimentación -sobre todo de aquellos alimentos altos en calorías- haciendo ejercicio físico en exceso, usando reductores del apetito, laxantes, diuréticos o provocándose el vómito.

En aproximadamente el 90 por ciento de los casos se presenta en mujeres adolescentes, el restante 10 por ciento corresponde a hombres adolescentes, niños, niñas y mujeres adultas.  La desnutrición es una de sus consecuencias más comunes.  Entre los principales signos se encuentran: pérdida de peso, sequedad de la piel, palidez, menstruación escasa, irregular o desaparición de la misma, mareos y caída del cabello. Por su parte, los síntomas psicológicos que acompañan al trastorno son: cambios frecuentes en el estado de ánimo, ansiedad, tristeza, tendencia a aislarse de los familiares y los amigos, decaimiento, excesiva dedicación al estudio, el trabajo y otras responsabilidades; así como el desinterés por otro tipo de actividades.

La anorexia se presenta principalmente en jóvenes en cuya familia el alto rendimiento en las actividades que se realicen y el alcance de metas están altamente valorados. Entre los rasgos de personalidad asociados al trastorno están la tendencia al perfeccionismo, la necesidad de controlar situaciones o personas, ser excesivamente responsables, sufrir de inseguridad y/o timidez. La demanda por un cuerpo muy delgado, que se asocia comúnmente a la obtención de popularidad, admiración y éxito social, es uno de los factores que deben tomarse en cuenta para entender la anorexia. Lo anterior también nos puede ayudar a identificar aquellas necesidades psicológicas y sociales que la persona quien la padece no está logrando satisfacer por las vías adecuadas. Cuando se sufre por mucho tiempo, puede producir daños graves o irreversibles a diversos órganos. Incluso, en casos muy severos, puede producir la muerte. La anorexia es un trastorno, algo que va más allá de la voluntad de la persona, por lo que no debe considerársele simplemente como un capricho o un exceso de vanidad. Su diagnóstico y tratamiento a tiempo aumentan las probabilidades de una pronta recuperación.

Duelo familiar

Ana, una mujer de 37 años, vino a consulta mostrándose cansada, deprimida y con una gran necesidad de hablar. Lo primero que dijo es que ya no podía más con la situación que estaba enfrentando a nivel familiar.

Su madre, quien padecía de cáncer y se encontraba en estado terminal, vivía con ella, su esposo y sus tres hijos desde hacía algunos meses. Ana, quien se desempeñaba como ama de casa, no solo se había dedicado por completo a cuidar a su madre, sino que también hacía hasta lo imposible por no hablar sobre lo delicado de su estado de salud con el resto de la familia.

Lo que pretendía con esto, me contó después, era proteger a su familia del dolor que les podía producir. La enfermedad de un ser querido, y aún más la cercanía de su muerte, suele generar cambios significativos en la dinámica familiar, sobre todo a nivel emocional.

Es muy común que ver que los (as) familiares que rodean a la persona enferma tiendan a no hablar entre éstos (as) ni con ella sobre su padecimiento. En un proceso de duelo familiar, tanto la persona que va a morir como sus familiares deben saber qué es lo que está pasando y hablar de ello con la mayor transparencia y honestidad posible.

La persona enferma tiene el derecho de elaborar su propia muerte, de tomar las decisiones que considere pertinentes, de despedirse. Por otra parte, la familia también debe prepararse para atravesar el proceso de duelo que enfrentará cuando la persona haya partido. Al contrario de lo que se podría pensar, el hablar del asunto de forma abierta, entrando en contacto con los sentimientos que una situación así puede generar, creará un clima emocional propicio para la unión y el acompañamiento de la persona enferma.

Ante este tipo de circunstancias, se debe recordar que la única forma efectiva de superar el dolor es enfrentándolo, en la medida en que se sienta y se viva irá desapareciendo paulatinamente, como le ocurrió a Ana.