La decisión de divorciarse no suele ser algo sencillo para una pareja. Sin embargo, para aquellas que tienen hijos(as), su relación no termina cuando se firma el mismo, sino que apenas empieza, aunque en otros términos. Para los hijos e hijas, el divorcio de sus padres, sobre todo si se trata de niños(as) y adolescentes, puede producir un fuerte impacto emocional. Por lo general es percibido como una ruptura de la familia, y con esto, de la sensación de seguridad y pertenencia que ésta genera.
También, la partida del padre, como por lo general sucede, puede resultar muy dolorosa, e incluso despertar el temor de un eventual alejamiento o abandono por parte de éste. El daño puede ser aún peor cuando son frecuentes las peleas, gritos y ofensas entre la pareja. Ante esto, los(as) hijos(as) pueden reaccionar de diversas formas, como aislándose al pasar largas horas encerrados(as) en su cuarto y disminuyendo su interés hacia actividades que antes les resultaban muy atractivas. En ocasiones, se tornan agresivos(as) en sus juegos o en el trato con sus compañeros(as) y amigos(as) y con el resto de la familia, y es bastante frecuente que disminuyan su rendimiento académico.
Lo anterior podría ser un indicador de que éstos(as) están sufriendo mucho, y que no existen en la familia los canales adecuados para exteriorizar todo lo que sienten y piensan, así como para recibir el apoyo que necesitan. Esto destaca la importancia de que durante, y luego del divorcio, el padre y la madre encuentren la mejor forma de relacionarse. No son pocas las ocasiones en que los hijos e hijas son utilizados como un medio para continuar con la dinámica de hacerse daño, al atacarse y desacreditarse mutuamente a través de ellos(as). También, se ven muy afectados(as) cuando la madre obstaculiza que el padre pueda verles, o cuando éste de forma intencionada reacciona de forma desinteresada o tardía ante el cumplimiento de algún compromiso o responsabilidad. De suceder esto, lo más aconsejable es que ambos busquen la ayuda necesaria para aprender a comunicarse, a negociar y a relacionarse respetuosamente, ya no como pareja, sino en su condición de padre y madre de sus hijos(as). A pesar de que el divorcio puede ser en ocasiones la única salida, la responsabilidad de velar por el bienestar emocional de los hijos e hijas permanece intacta, y por muchos años.