Meses antes de salir del colegio, José A. tenía muy claro qué haría a partir del próximo año: ingresar a la carrera de Ingeniería Civil, ayudarle a su padre en su negocio, seguir jugando fútbol los domingos en la mañana y salir con sus amigos y amigas y su novia. Pensar que pronto asumiría su rol de estudiante universitario le entusiasmaba muchísimo. Sin embargo, un año después, José A. se quejaba frecuentemente de la pereza que le provocaba tener que cumplir con la gran cantidad de compromisos y responsabilidades que había adquirido. Decía que se sentía a disgusto y que las cosas no le llenaban como antes. En una ocasión le pregunté si había algo en particular que hubiera dejado de hacer desde que salió del colegio, ante lo que me respondió “pues sí, antes cuando me encontraba solo acostumbraba escribir sobre lo que sentía y a veces hasta uno que otro poema, pero no tengo tiempo para eso ahora”.
Contar con un espacio para estar con nosotros(as) mismos(as) y así poder escucharnos, hacer un balance de cómo nos sentimos, identificar nuestras prioridades, tomar decisiones o simplemente hacer lo que queramos es algo indispensable. La forma de lograrlo varía de una persona a otra; podría ser por ejemplo escuchando música, haciendo ejercicio, meditando antes de dormir o escribiendo. La forma convulsa y acelerada en que vivimos en la actualidad nos obliga a desempeñar diferentes roles y a realizar un sin número de actividades cotidianas, lo que bien puede, si nos descuidamos, llegar a convertirnos en una especie de seres robotizados, automatizados. Cuando perdemos de vista el sentido y el disfrute que debería acompañar a todo lo que hacemos, emerge la pereza.
Al verse en su nueva faceta como universitario José A. pensó que ya no tendría tiempo para escribir, y a los pocos meses estaba atrapado en una rutina asfixiante, tanto que ni siquiera había tenido oportunidad de percatarse de ello. Luego de comprender esto, a José A. empezó a hacerlo de nuevo y, como era de esperar, luego de unas cuantas semanas había reorganizado su tiempo y redefinido sus prioridades, lo que le permitía sentirse mejor y lograr un mayor disfrute en sus actividades diarias. A pesar de que se nos ha enseñado que la pereza “es el diablo”, que es sinónimo de vagancia y que solo habita en mentes ociosas, más bien es una señal que podría estarnos indicando que algo en nuestro interior no está bien, que necesitamos escucharnos más, que estamos viviendo vidas monótonas y aburridas.