Vivimos en una sociedad en la que no hay espacio para las personas LGBTIQ, por causa de una serie de normas impuestas mediante mecanismos coercitivos que exigen que todas las personas seamos heterosexuales; que nuestra identidad de género corresponda a nuestro sexo biológico; monógamas; que fundemos una familia hetero parental y que adecuemos nuestra vida a lo anterior. Quienes no se ajusten a estas normas se exponen a la crítica, la discriminación, la violencia y en ocasiones a la muerte por parte de quienes les rodean.
¿Pero, será posible que todas las personas quepamos en este restringido perfil? Por supuesto que no. Ya sabemos que la humanidad es diversa sexualmente, entre muchos otros sentidos.
Es muy factible, que la inmensa mayoría de las personas hayan tenido que reprimir y autocensurar una serie de gustos, preferencias, aspiraciones y anhelos con tal de adherirse a este mandato social, que por cierto también está condicionado por la moral religiosa imperante: “el pecado te lleva al fuego eterno del infierno.” Y es muy factible que esta represión haya producido mucho temor, impotencia e incluso dolor.
Y como también sabemos, el desprecio y el odio pueden emerger como sentimientos defensivos ante otros como pueden ser la frustración, la vergüenza, la culpa y el miedo: el miedo a nuestras necesidades y deseos más profundos.
Al trabajar con personas LBGTI fóbicas sobre los derechos humanos de esta población, es muy común ver cómo intentan adecuar sus ideas para que sus sentimientos de cólera y rechazo tengan un fundamento lógico, algún sentido; pero por lo general no lo logran, se trata de ideas frágiles, en ocasiones absurdas, contradictorias o fundamentadas en una fe ciega, acrítica e incuestionable por más irracional que sea. Sabemos que nos educan desde niños(as) para pensar que las personas LGBTIQ son “enfermas, desviadas, inmorales…” ¿pero alcanza esto explicar para la intensidad del cinismo, el odio y el rechazo que se observa con tanta frecuencia? Me parece que no.
Para muchísimas personas, la gente LGBTIQ (que perciben está más allá de la normativa social) es un referente de sus propias prohibiciones, inhibiciones y frustraciones, y ante la imposibilidad de hacer algo, de liberarse de estas incómodas sensaciones, depositan la rabia resultante sobre éstas.
No se quiere decir con esto que todas las personas son en el fondo LGBTIQ; sino que la heterosexualidad obligatoria, tal y como se impone, obstaculiza la posibilidad de asumir la sexualidad y la vida en general de forma más amplia, variada, genuina y satisfactoria.
La LGBTIQ fobia daña profundamente tanto a quien la recibe como a quien la padece. Me parece que tomar en cuenta la existencia de frustraciones profundas contribuye a comprender el despliegue de cinismo, crueldad, indiferencia y cobarde complicidad que se observa en tanta gente a la hora de abordar este tema.