Algo escuché en un programa de radio sobre el poder simbólico del pene. ¿De qué se trata esto?
En pocas palabras, puede decirse que más allá de sus funciones fisiológicas, al pene se le han depositado históricamente una serie de elementos simbólicos de índole social y cultural. Por ejemplo, en nuestras sociedades patriarcales y heterosexistas, el tamaño del pene otorga, supuestamente, un grado de poder al hombre.
Bajo la suposición de que el placer sexual de la mujer está centrado en la penetración, que es mayor cuanto más grande sea el pene y que es responsabilidad del hombre procurar dicho placer, llegamos entonces a la idea de que un hombre es mejor amante (mejor procurador de placer) en cuanto más grande tenga el pene, lo que sin duda le otorgaría cierto estatus y/o superioridad en esta área de la vida con respecto a otros hombres.
Estas concepciones, que son muy generalizadas y se dan como verdades, están fundamentadas en una serie de principios que cada vez son más cuestionados. Hoy sabemos que no todas las personas son heterosexuales ni tienen por qué serlo, por lo que el coito entre una mujer y un hombre no es más que una de las tantas prácticas posibles en el ámbito de la sexualidad humana. Por otra parte, sabemos que el centro de placer de las mujeres, fisiológicamente hablando, es el clítoris, pues se trata de una estructura cuya única razón conocida de existir hasta el momento es la de producir placer. Y por último, que las mujeres son perfectamente capaces de asumir la responsabilidad por su propio placer y satisfacción.
En el caso de la vivencia de la sexualidad gay, encontramos también que el tamaño del pene puede adquirir muchísima importancia, lo que sin duda responde a este componente cultural patriarcal a través del cual somos educadas todas las personas. Pero aquí no termina el asunto con el poder depositado al pene. Cuando hablamos de violencia sexual, observamos como en el acto de la violación, la consumación del acto radica en la penetración del mismo. Ya sabemos que este tipo de actos violentos no están motivados primordialmente por el deseo sexual, sino por la necesidad de experimentar la sensación de poder mediante el acto de someter y humillar a otra persona.
Ante estas ideas, surge la interrogante de hasta qué punto están nuestros cuerpos, ya sea de mujeres u hombres, actuando como instrumentos para reproducir el sistema patriarcal de dominación; y de hasta qué punto podemos romper con esos mandatos sociales para al mismo tiempo despojarles de los nefastos simbolismos que les han sido impuestos.
Publicado en Revista Gente 10.